lunes, 9 de marzo de 2015

Michel Camus: Ensayo (1929-2003)



Paradigma 
de la transpoesía




No sabemos qué es la poesía. Los conceptos unívocos a los cuales llamábamos hace poco "el mundo", "la realidad", "la naturaleza", "la cultura", "la poesía" se han vuelto ingenuamente reductores desde que los investigadores han tomado conciencia de la pluralidad del mundo y de las culturas, de la compleja crecida de niveles de realidad y de niveles de percepción escapando a la lógica aristotélica y a la dialéctica binaria. De este modo existe una infinitud de niveles de verdad y de complejidad de la poesía, una verticalidad de niveles de percepción de la poesía, una pluralidad de direcciones de búsqueda, una multiplicidad de formas de arte poética.

Una cantidad de corrientes de la poesía contemporánea son extranjeras a la elevada poesía iniciadora que fue aquella originada en el Oriente. Sin duda alguna los adeptos del Gran juego lo habían percibido claramente descubriendo los versículos de Rig Véda. René Daumal y sus amigos habían abierto un camino poético, místico y agnóstico, a través de las culturas contradictorias del Oriente y Occidente, como a través las ciencias orientadas exclusivamente hacia el polo del Sujeto y las ciencias orientadas hacia el polo del Objeto. En Francia como en otros lugares existen todavía poetas abiertos a la dimensión invisible de lo "sagrado de cohesión" para diferenciarlo, como lo hizo Roger Callois de lo "sagrado de disolución". Hay poetas transreligiosos colmados por el sentimiento de lo Absoluto, como por ejemplo el poeta árabe: Adonis. Poetas místico ateos como Bernard Noël. Poetas de la enigma con diferentes grados de intensidad en el régimen del fuego. Buscadores de verdad para quienes la poesía iniciadora que tiende hacia el conocimiento unitivo se inclina a enlazar la ciencia del hombre con la del universo.

Poesía hechicera y zahorí. Poesía que despierta. Sólo el poeta despierto sabe que los vivos tienen la misma esencia que los muertos. Pero la poesía la más despierta hoy sólo está viva en las catacumbas de una época que es víctima de la desintegración de todos los valores, la degeneración de todas las religiones, la caída de los últimos mitos tales como el marxismo y la escatología utópica de la ciencia. En un mundo que ha perdido todo punto de referencia, hay todavía aquí y allá heréticos portadores del fuego sagrado, alquimistas del silencio y adivinos. Los medios de comunicación tienen miedo del silencio. Insensibles a la poesía elevada, los hombres que viven en la superficie de la vida son incapaces de presentir el secreto del silencio vivo escondido en todo silencio de muerte.

Norte, Sur, Este, Oeste forman parte de la misma Rosa de los Vientos y están generados por el mismo signo enigmático. Toda verdadera búsqueda poética, cualquiera que sea su lengua o la naturaleza de su cultura, está orientada hacia el centro e intenta aproximarse al sentido ante el cual el poeta Antonin Artaud exclamó:- ¿Pero quién a bebido de la fuente de la vida? Entre los caminos de búsqueda que convergen, cada uno por su propia vía de pasaje, hacia la inaccesible fuente de vida, podríamos llamar transpoesía la vía transfiguradora del poeta zahorí orientado hacia el autoconocimiento y la unidad del conocimiento. Mirada que atraviesa y sobrepasa la poesía.

Poseído por el sentimiento de lo Absoluto, el poeta zahorí es hoy ciudadano del mundo. El es transnacional en el sentido de sentirserelativamente ligado a varios niveles de realidad al mismo tiempo, pero absolutamente involucrado a aquello que los atraviesa y los excede. Es decir que él se siente ciudadano del cosmos, después de la Tierra ( la "aldea-planeta" de Jacques Delors), luego Europeo, después Francés, después de Córcega por ejemplo. Lo esencial es no hacer universal ningún nivel de realidad. Lamentablemente el hombre tiene una tendencia molesta , decía en substancia Kierkegaard, a relativisar lo Absoluto, haciendo absoluto lo relativo. Se trata, por el contrario, de abandonar nuestras identificaciones absolutistas para acceder a lo que René Berger llama una trans-identidad; concepto infinitamente abierto análogo a aquel de la identidad infinita de toda conciencia despierta a su trascendencia interior y a la trascendencia del universo, por lo tanto a una doble trascendencia a percibir unitivamente. Por lo tanto podemos ser a la vez nacionales por apariencia de una cultura territorial y transnacionales por espíritu transcultural.

Ser transcultural , es, en esencial, no dejarse alienar por las formas y las creencias , por sistemas de pensamiento y de enseñanzas formales. Es abrir a la trascendencia del sentido del sentido más allá del lenguaje, abertura que el chaman mexicano Don Juan Matus llama el "conocimiento silencioso" inseparable de nuestra luminosa ignorancia. El poeta zahorí tiende a reconciliar las hermanas enemigas: la poesía y la filosofía. La visión transcultural de la poesía es forzosamente transreligiosa; es planetaria antes de ser europea, francesa o de otra parte; florece en el centro de la Rosa de los Vientos; está abierta a todas las diferencias. Nuestra identidad occidental es ilusoria en la medida que no integra al Otro- la oriental-que somos de toda eternidad. En esta óptica, Rûmi es nuestro maestro del vivir a mismo título que Maestro Eckhart. Nuestra comprehensión de toda cultura diferente a la nuestra sólo puede resultar de nuestra propia comprehensión abierta a la identidad de contrarios. Formamos parte como ellos mismos del mismo Nos trascendental para hacer referencia a la visión , en Edmund Hursserl, de la intersubjetividad absoluta de los seres y las cosas rigiendo la esencia de la vida.

Uno de los axiomas del poeta zahorí, es el principio absoluto de la relatividad de toda realidad y de todo lenguaje. El sabe que todo es metáfora. El sabe que la paradoja del lenguaje poético es de hacer alusión a aquello que escapa al lenguaje. Olvidamos a menudo que el lenguaje es una enorme muralla China. El poeta zahorí la atraviesa abriéndose al silencio viviente. Es por ahí que el poeta escapa a la prisión de la lengua. "No hay poesía sin silencio" decía Roberto Juarroz. Esa presencia infinitamente cercana infinitamente lejana del silencio viviente, podemos llamarla indiferentemente presencia de lo sagrado o conciencia de la trascendencia inmanente en el sentido que la trascendencia es inmanente de la conciencia misma. Es del orden del secreto que la poesía iniciadora tienta, por imposible, de compartir. Es un secreto transpoético, puesto que atraviesa la palabra y el silencio, puesto que está más arriba de la palabra y del silencio. Es el tercio secretamente incluido en la oposición binaria de la palabra y del silencio. Ese tercio incluido, ningún poeta jamás dijo ni dirá que es. Maestro Eckhart hace alusión evocando la esencia de una "tercera palabra" que no está dicha ni pensada y que jamás ha sido expresada. El silencio poético puede acceder, en lo que vive, a un alto grado luminoso de silencio. Sólo ese silencio puede delibrarnos de la sombra oscura y de la gravidez del lenguaje. No es un silencio vacío, es un silencio lleno e incluso desbordante de sentidos silenciosos. Poco importa el nombre que sirve para señalar el abismo o el agujero escondido en la lengua, dicho de otro modo el no- referente que escapa a todo lenguaje. El poeta zahorí utiliza libremente las palabras como flechas tiradas hacia lo Impronunciable, hacia la Fuente inaccesible pero inagotable. En tanto que hombre de límites sólo puede aproximarse sin alcanzarla. Decir "la Fuente" es entonces una metáfora; aquella del enigma del ¿Quién? y de la enigma del ¿Qué? que son una sola y misma enigma. El poeta es libre de hacer alusión evocando el Sin-Nombre, el Sin-Forma o el Sin-Fondo. Es paradojicamente el Sin-Fondo que funda la unidad del conocimiento poético.

Vivimos en un mundo donde la tecnociencia genera una tecnocultura que no tiene nada que ver con la agricultura del alma. Con los poderes exorbitantes de esta mundialisación salvaje,¿ qué contra-poderes podrán oponer los poetas zahoríes?. La resistencia a los entenebrecidos medios. La autotransformación hacia el autoconocimiento. Nuestra visión del mundo sólo puede cambiar si nosotros cambiamos del interior, si nos estados de conciencia evolucionan, según la palabra de Goethe, hacia mayor luz, Mehr Licht ! En el combate titanico donde se oponen la luz y las tinieblas, cada uno, según su naturaleza, sirve ya sea a la neguentropia , sea a la entropía, o bien a la evolución de la conciencia o bien a su involución. Cada uno es el instrumento consciente o inconsciente de fuerzas que depasan su comprensión. Los poetas zahoríes saben de que lado combaten. El paradigma de la poesía transcultural, es antes que nada la necesidad de despertar del hombre a aquello que lo funda, a aquello que lo atraviesa y a aquello que lo sobrepasa. El manifiesto de la Transdiciplina de Basarab Nicolescu, físico cuántico pero autor de un millar de Teoremas poéticos, abre caminos de encuentro entre los poetas y los científicos, entre los investigadores de ciencias humanas y los investigadores de ciencias exactas. Es un viraje radicalmente nuevo. Es el germen de una nueva alianza entre investigadores y creativos de todas las disciplinas contra las aves de rapiña que están en el poder. Un elevado número de astrofísicos y de físicos cuánticos se revelan como poetas metafísicos. La alianza de los buscadores de la verdad, unos interrogando el polo del Sujeto y los otros el polo del Objeto y su interacción transdiciplinaria, pueden constituir un indestructible nudo de luz contra las tinieblas programadas de las aves de rapiña. El destino de la humanidad no está decidido de antemano, se crea a cada instante. Arrojado en la nave-tierra en una fabulosa aventura cósmica, el fenómeno humano posee en su corazón la inagotable potencia de despertar a la luz trascendente de su propia fuente interior. Es la vocación de poetas zahoríes de hacer alusión creando nuevos puntos de referencia y nuevos signos de orientación sobre el camino sin camino del infinito interior.






trad. Vivian Lofiego 
Texte publié dans Transversales
 Science/Culture, n°44, mars-avril 1997

lunes, 9 de febrero de 2015

Fernando Pessoa: Libro del desasosiego de Bernardo Soares (1930)





Encogimiento de Hombros



Damos comúnmente a nuestras ideas de lo desconocido el color de nuestras nociones de lo conocido: si llamamos a la muerte un sueño es porque parece un sueño por fuera; si llamamos a la muerte una nueva vida, es porque parece una cosa diferente a la vida. Con pequeños malentendidos con la realidad construimos las creencias y las esperanzas, y vivimos de las cortezas a las que llamamos panes, como los niños pobres que juegan a ser felices.

Pero así es toda la vida; así, por lo menos, es ese sistema de vida particular al que, en general, se llama civilización. La civilización consiste en dar a algo un nombre que no le compete, y después soñar sobre el resultado. Y, realmente, el nombre falso y el sueño verdadero crean una nueva realidad. El objeto se vuelve realmente otro. Manufacturamos ideales. La materia prima sigue siendo la misma, pero la forma, que el arte le ha dado, la aleja de continuar siendo efectivamente la misma. Una mesa de pino es pino pero también es mesa. Nos sentamos a la mesa y no al pino. Un amor es un instinto sexual, pero no amamos con el instinto sexual, sino con la presuposición de otro sentimiento. Y esa presuposición es ya, en efecto, otro sentimiento.


No sé qué efecto sutil de luz, o ruido vago, o memoria de perfume o música, tañida por no sé qué influencia externa, me ha traído de repente, en pleno ir por la calle, estas divagaciones que anoto sin prisa, al sentarme, en el café, distraídamente. No sé a dónde iba a conducir los pensamientos, o dónde preferiría conducirlos. El día es de una leve niebla húmeda y caliente, triste sin amenazas, monótono sin razón. Me duele un sentimiento que desconozco; me falta un argumento no sé sobre qué; no tengo deseo en los nervios. Estoy triste por debajo de la conciencia. Y escribo estas líneas, realmente mal-anotadas, no para decir esto, ni para decir nada, sino para dar un trabajo a mi distracción. Voy llenando lentamente, a trazos flojos de lápiz -que no tengo sentimentalismo para afilar- el papel blanco de envolver los bocadillos que me han dado en el café, porque no necesitaba uno mejor y cualquiera servía, siempre que fuese blanco. Y me doy por satisfecho. Me reclino. La tarde cae monótona y sin lluvia, con un tono de luz desalentado e inseguro... Y dejo de escribir porque dejo de escribir.



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Lo que hay de más deleznable en los sueños es que todos los tienen. En algo piensa en la oscuridad el cargador que se amodorra de día contra la farola en el intervalo de los carreteos. Sé en qué entrepiensa: es en lo mismo en que yo me abismo entre asentamiento y asentamiento en el tedio estival de la oficina tranquilísima.


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Me da más pena de los que sueñan lo probable, lo legítimo y lo próximo, que de los que devanean sobre lo lejano y lo extraño. Los que sueñan en grande, o están locos y creen en lo que sueñan y son felices, o son devaneadores sencillos, para quienes el devaneo es una música del alma que los arrulla sin decirles nada. Pero el que sueña lo posible tiene la posibilidad real de la verdadera desilusión. No puede pesarme mucho el haber dejado de ser emperador romano, pero puede dolerme el no haberle hablado nunca a la costurera que, hacia las nueve, dobla siempre la esquina de la derecha. El sueño que nos promete lo imposible ya nos priva con eso de ello, pero el sueño que nos promete lo posible se entromete en la propia vida y delega en ella su solución. Uno, vive exclusivo e independiente; el otro, sometido a las contingencias del acontecer.

Por eso amo los paisajes imposibles y las grandes zonas desiertas de las llanuras en las que nunca voy a estar. Las épocas históricas pasadas son de pura maravilla, pues, desde luego, no puedo pensar que se realizarán conmigo. Duermo cuando sueño lo que no existe; me despierto cuando sueño lo que puede existir.

Me asomo, desde una de las ventanas de la oficina abandonada a mediodía, a la calle en la que mi distracción siente movimientos de gente en los ojos, y no los ve, desde la distancia de mi meditación. Me duermo sobre los codos, donde me duele la barandilla, y sé de nada con una gran promesa. Los pormenores de la calle sin animación por la que muchos andan se me destacan en un alejamiento mental: los cajones apiñados en el carro, los sacos a la puerta del almacén del otro y, en el escaparate distante de la tienda de ultramarinos de la esquina, el vislumbre de las botellas de ese vino de Oporto que sueño que nadie puede comprar. Se me aísla el espíritu de la mitad de la materia. Investigo con la imaginación. La gente que pasa por la calle es siempre la misma que ha pasado hace poco, es siempre el aspecto fluctuante de alguien, manchas sin movimiento, voces de incertidumbre, cosas que pasan y no llegan a suceder.

La anotación con la conciencia de los sentidos, antes que con los mismos sentidos...La posibilidad de otras cosas...Y, de repente, suena, detrás de mí, en la oficina, la llamada metafísicamente abrupta del mancebo. Siento que podría matarlo por haber interrumpido lo que no estaba pensando. Le miro, volviéndome, con un silencio lleno de odio, escucho anticipadamente, con una tensión de homicidio latente, la voz que va gastar en decirme algo. Se sonríe desde el fondo de la casa y me da las buenas tardes en voz alta. Le odio como al universo. Tengo los ojos pesados de sopor.



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Desde el principio empañado del día caliente y falso, unas nubes oscuras y de contornos mal rotos rondaban a la ciudad oprimida. Por los lados a los que llamamos de la barra, sucesivas y torvas, esas nubes se superponían, y una anticipación de tragedia se entendía con ellas desde el indefinido torpor de las calles contra el sol alterado.

Era mediodía y ya, a la salida para el almuerzo, pesaba una esperanza mala en la atmósfera empalidecida. Harapos de nubes harapientas negreaban en su delantera. El cielo, hacia los lados del Castillo, estaba limpio, pero de un azul malo. Hacía sol pero no apetecía disfrutar de él.

A la una y media de la tarde, al regresar a la oficina, parecía más limpio el cielo, pero sólo hacia un lado antiguo. Sobre los lados de la barra estaba, verdaderamente, más descubierto. Sobre la parte norte de la ciudad, sin embargo, las nubes se juntaban lentamente en una sola nube -negra, implacable- que avanzaba lentamente con garras romas de blanco ceniciento en la punta de los brazos negros. Dentro de poco alcanzarla al sol, y los ruidos de la ciudad parece que se sofocaban con el esperarla. Estaba, o parecía, un poco más límpido el cielo por los lados del este, pero el calor resultaba más desagradable. Se sudaba en la sombra de la habitación grande de la oficina. «Por ahí viene una buena tormenta», dijo Moreira, y volvió la página del Libro Mayor.

A las tres de la tarde ya había fracasado toda la acción del sol.Fue preciso -y era triste porque era verano- encender la luz eléctrica: primero al fondo de la habitación grande, donde estaban empaquetando las remesas, después ya en medio de la habitación, donde se hacia difícil hacer sin cometer errores las guías de las remesas y anotar en ellas los números de las señales del ferrocarril. Por fin, ya eran casi las cuatro, hasta nosotros -los privilegiados de las ventana- no veíamos agradablemente para trabajar. La oficina fue iluminada. El patrón Vasques tiró de la antepuerta del despacho y dijo al salir: «Moreira, yo tenía que ir a Bemfica pero no voy; se va a hartar de llover». «Y es por aquel lado», respondió Moreira, que vivía al lado de la Avenida 2. Los ruidos de la calle se destacaron de repente, se alteraron un poco, y era, no sé por qué, un poco triste el sonido de la campanilla de los tranvías en la calle paralela y cercana.



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Hay días en que cada persona que encuentro y, aún más, las personas con las que convivo cotidianamente y a la fuerza, asumen aspecto de símbolos y, o aislados o juntándose, forman una escritura profética u oculta, descriptiva en sombras de mi vida. La oficina se me vuelve una página con palabras de gente; la calle es un libro; las palabras cambiadas con los habituales, los desacostumbrados que encuentro, son decires para los que me falta el diccionario pero no del todo el entendimiento. Hablan, expresan, sin embargo no es de ellos de quien hablan, ni es a ellos a quienes expresan; son palabras, lo he dicho, y no muestran, dejan transparecer. Pero, en mi visión crepuscular, sólo vagamente distingo lo que esas vidrieras súbitas, reveladas en la superficie de las cosas, admiten del interior que velan y revelan. Entiendo sin conocimiento, como un ciego al que hablasen en colores.

Pasando a veces por la calle, oigo trozos de conversaciones íntimas, y casi todas son de la otra mujer, del otro hombre, del muchacho de la alcahueta o de la amante de aquel...

Llevo, sólo por haber oído estas sombras de discurso humano que es, a fin de cuentas, todo aquello en que se ocupan la mayoría de las vidas conscientes, un tedio de asco, una angustia de exilio entre arañas y la conciencia súbita de mi encogimiento entre la gente real; la condenación de ser vecino igual, ante el señorío y el sitio, de los otros inquilinos de la aglomeración mirando con asco, por entre las verjas traseras del almacén del entresuelo, la basura ajena que se amontona con la lluvia en el zaguán que es mi vida.
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Tres días seguidos de calor sin calma, tempestad latente en el malestar de la quietud de todo, han traído, porque la tempestad se ha escurrido hacia otro sitio, un leve fresco tibio y grato a la superficie lúcida de las cosas. Así a veces, en este decurso de la vida, el alma, que ha sufrido porque la vida le ha pesado, siente súbitamente un alivio, sin que haya sucedido en ella nada que lo explique.

Concibo que seamos climas sobre los que gravitan amenazas de tormenta, realizadas en otro sitio.

La inmensidad vacía de las cosas, el gran olvido que hay en el cielo y la tierra...



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Cuando duermo muchos sueños, salgo a la calle, con los ojos abiertos, todavía con el rastro y la seguridad de ellos. Y me pasmo de mi automatismo, con el que los demás me desconocen. Porque atravieso la vida cotidiana sin soltar la mano de la nodriza astral, y mis pasos por la calle van de acuerdo y consonantes con oscuros designios de la imaginación del sueño. Y, por la calle, voy seguro; no voy oscilando; respondo bien; existo.

Pero, cuando se produce un intervalo, y no tengo que vigilar el curso de mi marcha, para evitar vehículos o no estorbar a los peatones, cuando no tengo que hablarle a alguien, ni me pesa la entrada de una puerta próxima, me voy de nuevo por las aguas del sueño, como un barquito de papel, y de nuevo regreso a la ilusión mortecina que me arrulla la vaga conciencia de la mañana que nace entre el ruido de los carros de hortaliza.

Y entonces, en plena vida, es cuando el sueño tiene grandes funciones de cine. Bajo por una calle ideal de la Baja y la realidad de las vidas que no existen me ata, con cariño, a la cabeza un trapo blanco de reminiscencias falsas. Soy navegante en un desconocimiento de mí. Lo he vencido todo donde nunca he estado. Y es una brisa nueva esta somnolencia con que puedo andar, inclinado hacia delante con una marcha casi imposible.

Cada cual tiene su alcohol. Tengo alcohol suficiente con existir. Borracho de sentirme, vagabundeo y voy seguro. Si es hora, me recojo en la oficina como cualquier otro. Si no es hora, voy hasta el río a mirar el río, como cualquier otro. Y, por detrás de esto, cielo mío, me constelo a escondidas y tengo mi infinito.


miércoles, 17 de diciembre de 2014

Jorge Luis Borges: Conferencia (1967-1968)


La Metáfora



Ya que el tema de la charla de hoy es la metáfora, empezaré con una metáfora. La primera de las muchas metáforas que trataré de recordar procede del Lejano Oriente, de China. Si no me equivoco, los chinos llaman al mundo «las diez mil cosas», o –y eso depende del gusto y el capricho del traductor– «los diez mil seres». Supongo que podemos aceptar el muy prudente cálculo de diez mil. Seguro que existen más de diez mil hormigas, diez mil hombres, diez mil esperanzas, temores o pesadillas en el mundo. Pero si aceptamos el número de diez mil, y si pensamos que todas las metáforas son la unión de dos cosas distintas, entonces, en caso de que tuviéramos tiempo, podríamos elaborar una casi increíble suma de metáforas posibles. He olvidado el álgebra que aprendí, pero creo que la cantidad sería 10.000 multiplicado por 9.999, multiplicado por 9.998, etcétera. Evidentemente, la cantidad de posibles combinaciones no es infinita, pero asombra a la imaginación. Así que podríamos pensar: ¿por qué los poetas de todo el mundo y todos los tiempos habrían de recurrir a la misma colección de metáforas, cuando existen tantas combinaciones posibles?
El poeta argentino Lugones, allá por el año 1909, escribió que creía que los poetas usaban siempre las mismas metáforas, y que iba a acometer el descubrimiento de nuevas metáforas de la luna. y, de hecho, inventó varios centenares. También dijo, en el prólogo de un libro llamado Lunario sentimental, que toda palabra es una metáfora muerta. Esta afirmación es, desde luego, una metáfora. Pero creo que todos percibimos la diferencia entre metáforas vivas y muertas. Si tomamos un buen diccionario etimológico (pienso en el de mi viejo y desconocido amigo el doctor Skeat) y buscamos una palabra, estoy seguro de que en algún sitio encontraremos una metáfora escondida.
                     Por ejemplo -y pueden verlo en los primeros versos del Beowulf-la palabra «pbreat» significaba 'multitud airada', pero ahora la palabra «, al pueblo'. Así, etimológicamente. «king», «kinsman» ('pariente') y «gentleman» son la misma palabra. Pero si digo «El rey se sentó a contar su dinero», no pensamos que la palabra «king» sea una metáfora. De hecho, si optamos por el pensamiento abstracto, tenemos que olvidar que las palabras fueron metáforas. Tenemos que olvidar, por ejemplo, que en la palabra «considerar» hay una sombra de astrología: significaba originariamente 'estar en relación con las estrellas', 'hacer un horóscopo'.


Yo diría que lo importante a propósito de la metáfora es el hecho de que el lector o el oyente la perciban como metáfora. Limitaré esta charla a las metáforas que el lector percibe como metáforas. No a palabras como «king» o «threat» (y podríamos continuar, quizá hasta el infinito).
En primer lugar, me gustaría ocuparme de ciertas metáforas modelo, de ciertas metáforas patrón. Uso la palabra «modelo» porque las metáforas que voy a citar, aunque parezcan muy distintas a la imaginación, para un lógico serían casi idénticas. Así que podríamos hablar de ellas como ecuaciones. Tomemos la primera que me viene a la mente: la comparación modelo> la clásica comparación entre ojos y estrellas, o, a la inversa, entre estrellas y ojos. El primer ejemplo que recuerdo procede de la Antología griega, y creo que se atribuye a Platón. Los versos (no sé griego) son o menos como sigue: «Desearía ser la noche para mirar tu sueño con mil" Aquí, evidentemente, percibimos la ternura del amante; sentimos que su deseo es capaz de ver al amante desde muchos puntos a la vez. Sentimos la ternura detrás de esos versos.
              Veamos ahora otro ejemplo menos ilustre: «Las estrellas miran hacia abajo», Si tomamos en serio el pensamiento lógico, encontramos aquí la misma metáfora. Pero el efecto en nuestra imaginación es muy distinto. «Las estrellas miran hacia abajo» no nos sugiere ternura; bien nos hace pensar en generaciones y de hombres que se fatigan sin fin mientras las estrellas miran hacia abajo con una especie de sublime indiferencia. Tomemos un ejemplo distinto, una de las estrofas que más me han impresionado. Los versos proceden de un poema de Chesterton llamado «A Second Childhood»

But I shall not grow old to sce enormous nigth arise.
A cloud that is larger than the world
And a monster made of eyes.

(Pero no envejeceré hasta ver surgir enorme noche,
nube que es más grande que el mundo,
monstruo hecho de ojos.)

No un monstruo lleno de ojos (conocemos esos monstruos desde el Apocalipsis de San Juan), sino -y esto es mucho terrible-un monstruo hecho de ojos, como si esos ojos fueran su tejido orgánico.
Hemos examinado tres imágenes que pueden real mismo modelo. Pero el aspecto que me gustaría destacar -y éste es realmente uno de los dos puntos importantes de mi charla-es que, aunque el modelo sea esencialmente el mismo, en el primer caso, el ejemplo griego «Desearía ser la el poeta nos hace sentir su ternura, su ansiedad; en el segundo, sentimos una especie de divina indiferencia hacia las cosas humanas; y, en el tercero, la noche familiar se convierte en pesadilla.
Tomemos ahora un modelo diferente: la idea del tiempo que fluye, que Huye como un río. El primer ejemplo procede de un poema que Tennyson escribió cuando tenía, me parece, trece o catorce arios. Lo destruyó; pero, felizmente para nosotros, sobrevive un verso. Creo que pueden ustedes encontrarlo en la biografía de Tennyson que escribió Andrew Lang.
El verso es: «Time flowing in the middle of night» «
Existe también una novela (estoy seguro de que habrán pensado en ella) llamada simplemente O] Time and the River. El mero hecho de unir las dos palabras sugiere la metáfora: el tiempo y el río, los dos fluyen. Y existe la famosa sentencia del filósofo griego: «Nadie baja dos veces al mismo Aquí encontramos un atisbo de terror, porque primero pensamos en el fluir del río, en las gotas de agua como ser diferente, y luego caemos en la cuenta de que nosotros somos el río, que somos tan fugitivos como el río.

También tenemos los versos de Manrique:
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es morir.

Esta afirmación no impresiona demasiado en inglés. Ojalá recordara cómo la tradujo Longfellow en sus «Coplas de Manrique». Aunque, evidentemente (y volveré sobre esta cuestión en otra conferencia), detrás de la metáfora patrón encontramos la grave música de las palabras:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es el morir:
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir...

La metáfora, sin embargo, es exactamente la misma en todos los casos.
Y ahora pasaremos a algo muy trillado, algo que quizá les haga sonreír: la comparación entre mujeres y flores, y también entre flores y mujeres. Aquí, evidentemente, los ejemplos son abundantísimos. Pero hay uno que me gustaría recordar (puede que no les resulte familiar) de esa obra maestra inacabada, Weir of Hermiston, de Robert Louis Stevenson. Cuenta Stevenson cómo su héroe va a la iglesia, en Escocia, donde ve a una chica: una chica preciosa, según se nos hace saber. y sabemos que el héroe está a punto de enamorarse de ella. Porque la mira, y entonces se pregunta si existe un alma inmortal dentro de esa figura bellísima, o si sólo es un animal del color de las flores. Y la brutalidad de la palabra «animal-queda destruida, sin duda, por «el color de las flores». No creo que necesitemos más ejemplos de este modelo, que se encuentra en todas las épocas, en todas las lenguas, en todas las literaturas.
Pasemos ahora a otro de los modelos esenciales de metáfora: el de la vida como sueño, esa sensación de que nuestra vida es un sueño. El ejemplo evidente que se nos ocurre es «We are such stuff as dreams are made on» («Estamos hechos de la misma materia que los sueños»). Ahora bien, aunque quizá suene a blasfemia -amo demasiado a Shakespeare para que eso me preocupe-, creo que aquí, si lo examinamos (y no creo que debamos examinarlo muy de cerca; antes bien. debemos agradecerle a Shakespeare y sus otros muchos dones), hay una levísima contradicción entre el hecho de que nuestras vidas sean como un sueño o posean la esencia de un sueño, y la afirmación, un poco tajante, «Estamos hechos de la misma materia que los sueños». Porque, si somos reales en un sueño, o si sólo somos soñadores de sueños, entonces me pregunto si podemos hacer semejantes afirmaciones categóricas. La frase de Shakespeare pertenece más a la filosofía o a la metafísica que a la poesía, aunque, desde luego, el contexto la realza y eleva a poesía.
Otro ejemplo del mismo modelo procede de un gran poeta alemán; un poeta menor al lado de Shakespeare (pero supongo que todos los poetas son menores a su lado, excepto dos o tres). Se trata de una famosa pieza de Walter van der Vogelweide. Supongo que se dice así (me pregunto qué tal es mi alemán medieval; tendrán ustedes que perdonarme): «Ist mir min leben getroumet, oder ist es war?» («¿He soñado mi o fue un sueño?»). Creo que esto se acerca más a lo que el poeta intenta decir, pues en lugar de una afirmación categórica encontramos una pregunta. El poeta está perplejo. Nos ha sucedido a todos nosotros, pero no lo hemos expresado como Walter van der Vogelweide. El poeta se pregunta a sí mismo: «Ist mir min leben getroumet, oder ist es war?», y su duda nos trae, creo, esa esencia de la vida como sueno.
No recuerdo si en la conferencia anterior (porque es una frase que cito muchas veces, siempre, y la llevo citando toda la vida) les cité al filósofo chino Chuang Tzu. Soñó que era una mariposa y, al despertar, no sabía si era un hombre que había soñado ser una mariposa, o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre. Creo que esta metáfora es la más delicada. Primero, porque empieza con un sueño, y, luego, cuando Chuang Tzu despierta, su vida sigue teniendo algo de sueño. y, segundo, porque, con una especie de casi milagrosa felicidad, el filósofo ha elegido el animal adecuado. Si hubiera dicho «Chuang Tzu soñó que era un tigre» sería insustancial. Una mariposa tiene algo de delicado y evanescente. Si fuéramos sueños, para sugerirlo fielmente necesitaríamos una mariposa y no un tigre. Si Chuang Tzu hubiera soñado que era un mecanógrafo, no hubiera acertado en absoluto. O una ballena: tampoco sería un acierto. Creo que eligió exactamente la palabra precisa para lo que se proponía decir.
Examinemos otro modelo: ese tan corriente que reúne las ideas del dormir y el morir. Es muy común incluso en la lengua cotidiana; pero, buscamos ejemplos, advertiremos que los hay muy diferentes. Creo que en algún sitio Homero habla del «sueño de hierro de la muerte». Nos propone, así, dos ideas opuestas: la muerte es una especie de sueno, pero esa especie de sueno está hecha de un metal duro, inexorable y cruel, el hierro. Es un dormir perpetuo e inquebrantable. Y, por supuesto. también tenemos a Heine: «Der Tod dass ist die frühe Nacht» «

The woods are lovely, dark, and deep,
But I have promises to keep,
And miles to go befare I sleep,
And miles to go before I sleep.

(Los bosques son hermosos, oscuros y profundos,
pero tengo promesas que cumplir
y millas por hacer antes de dormir,
millas por hacer antes de dormir.)

Estos versos son tan perfectos que nos resulta difícil pensar en que haya truco. Pero, desgraciadamente, toda literatura está hecha de trucos, yesos trucos, a la larga, salen a la luz. Y entonces fatigan al lector. Pero en este caso el truco es tan discreto que casi me avergüenza llamarlo truco (lo llamo así únicamente a falta de una palabra mejor). Porque Frost ha intentado aquí algo muy atrevido. Encontramos el mismo verso repetido palabra por palabra, dos veces, pero el sentido es diferente. «And miles to go befare I sleep»: se trata de algo meramente físico; las millas son millas en el espacio, en Nueva Inglaterra, y «sleep» significa 'ir a dormir'. La segunda vez -«And miles to go before I sleep»- se nos hace entender que las millas no sólo se refieren al espacio, sino también al tiempo, y que significa 'morir' o 'descansar'. Si el poeta hubiera dicho lo mismo con más palabras, habría sido mucho menos efectivo. Porque, a mi entender, lo sugerido es mucho más efectivo que lo explícito. Quizá la mente humana tenga tendencia a negar las afirmaciones. Recuerden que Emerson decía que los razonamientos no convencen a nadie. No convencen a nadie porque son presentados como razonamientos. Entonces los consideramos, los sopesamos, les damos la vuelta y decidimos en su contra.
Pero cuando algo sólo es dicho o -mejor todavía- sugerido, nuestra imaginación lo acoge con una especie de hospitalidad. Estamos dispuestos a aceptarlo. Recuerdo haber leído, hace una treintena de anos, las obras de Martin Buber, que me parecían poemas maravillosos. Luego, cuando fui a Buenos Aires, leí un libro de un amigo mío, Dujovne, y descubrí en sus páginas, para mi asombro, que Martin Buber era un filósofo y que toda su filosofía estaba contenida en los libros que yo había leído como poesía. Puede que yo aceptara aquellos libros porque los acogí como poesía, como sugerencia o insinuación, a través de la música de la poesía, y no como razonamientos. Creo que en Walt Whitman, en alguna parte, podemos encontrar la misma idea: la idea de que la razón es poco convincente. Creo que Whitman dice en alguna parte que el aire de la noche, las inmensas y escasas estrellas, son mucho más convincentes que los meros razonamientos.
Podemos considerar otros modelos de metáfora. Tomemos ahora el ejemplo no es tan común (como los otros) de la batalla y el fuego. En la Iliada encontramos la imagen de la batalla que resplandece como un incendio. Tenemos la misma idea en el fragmento heroico de Finnesburg. En ese fragmento se nos habla del combate entre daneses y frisios, del fulgor de las armas, los escudos y las espadas. Y entonces el escritor dice que parece como si todo Finnesburg, como si todo el castillo de Finn, estuviera en llamas. Me figuro que me habré olvidado de modelos de metáforas muy comunes. Hasta ahora nos hemos ocupado de ojos y estrellas, mujeres y flores, ríos y tiempo, vida y sueño, la muerte y el dormir, batallas e incendios. Si tuviéramos el tiempo y el saber necesarios, podríamos encontrar otros cuantos modelos que quizá nos brindarían casi todas las metáforas de la literatura.
Lo verdaderamente importante no es que exista un número muy reducido de modelos, sino el hecho de que esos pocos modelos admitan casi un número infinito de variaciones. El lector interesado por la poesía y no por la teoría de la poesía podría leer, por ejemplo, "Desearía ser la noche», y luego monstruo hecho de ojos» o "Las estrellas miran hacia abajo», sin dejar de pensar que estos versos remiten a un Único modelo. Si yo fuera un pensador atrevido (pero no lo soy; soy un pensador muy tímido, y voy avanzando a tientas), diría que sólo existe una docena de metáforas y que todas las otras metáforas sólo son juegos arbitrarios. Esto equivaldría a la afirmación de que entre las "diez mil cosas» de la definición china sólo podemos encontrar doce afinidades esenciales. Porque, por supuesto, podemos encontrar otras afinidades que son meramente asombrosas, y el asombro apenas dura un instante.
Recuerdo que he olvidado un excelente ejemplo de la ecuación sueno igual a vida. Pero creo rememorarlo ahora: pertenece al poeta americano Cummings. Son cuatro versos. Debo disculparme por el primero. Evidentemente fue escrito por un joven que escribía para jóvenes, un privilegio del que ya no puedo participar: soy ya demasiado viejo para ese tipo de juegos. Pero debemos citar la estrofa completa. El primer verso es: «Cods terrible face, brighter than a spoon» (vla terrible cara de Dios, más brillante que una cuchara»). El primer verso casi me parece lamentable, porque, evidentemente, uno intuye que el poeta pensó primero en una espada, o en la luz de una vela, o en el sol, o en un escudo, o en algo tradicionalmente radiante, y entonces "No, que soy moderno, así que meteré una cuchara». Y tuvo su cuchara. Pero podemos perdonárselo por lo que viene a continuación: «Cods terrible face, brighter than a spoon, / collects the image of one fatal word» ("La terrible cara de Dios, más brillante que una cuchara, / acoge la imagen de una palabra fatal»). Este segundo verso es mejor, creo. Y, como me dijo mi amigo Murchison, en una cuchara a menudo encontramos recogidas muchas imágenes. Yo nunca había pensado en ello, porque había quedado desconcertado por la cuchara y no había darle demasiadas vueltas.

God's terrible face, brighter than
a spoon, collects the image of one fatal word,
so that my life (which liked the sun and the moon)
 resembles something that has uot occurred.

(La cara de Dios, más brillante que una cuchara,
 acoge la imagen de una palabra fatal,
y así mi vida -que gustaba del sol y la luna-
se parece algo que no ha sucedido.)

«Se parece a algo que no ha sucedido»: este verso entraña una rara sencillez. Creo que nos transmite la esencia de la vida como sueño mejor que aquellos poetas más famosos, Shakespeare y Walter van der Vogelweide.
Sólo he elegido. evidentemente, unos pocos ejemplos. Estoy seguro de que su memoria está llena de metáforas que ustedes han ido atesorando, metáforas que quizá esperen oír citadas por mí. Sé que después de esta conferencia sentiré cómo me invade el remordimiento, al pensar en las muchas y hermosas metáforas que he omitido. y, naturalmente, ustedes me dirán en un aparte: "Pero ¿cómo ha olvidado aquella maravillosa metáfora de Fulano?», Y entonces tendré que disculparme y seguir buscando a tientas.
Pero, ahora, creo que deberíamos proseguir con metáforas que parecen eludir los viejos modelos. Y, ya que he hablado de la luna, tomaré una metáfora persa que leí en alguna parte de la historia de la literatura persa de Brown. Señalemos que procede de Farid al-Din Attar o de Omar Hayyam, o de Hafiz, o de alguno de los grandes poetas persas. Habla de la luna llamándola "el espejo del tiempo». Me figuro que, desde el punto de vista de la astronomía, la idea de que la luna sea un espejo sería apropiada, pero esto es más bien irrelevante desde un punto de vista poético. Si la luna es o no es realmente un espejo carece de la menor importancia, puesto que la poesía habla a la imaginación. Contemplemos la luna como espejo del tiempo. Creo que es una metáfora excelente: en primer lugar, porque la idea de espejo nos transmite la luminosidad y fragilidad de la y, en segundo lugar, porque la idea de tiempo nos recuerda de repente que la luna clarísima que vemos es muy antigua, está llena de poesía y mitología, y es tan vieja como el tiempo.
Puesto que he usado la frase «tan Vieja como el tiempo», debo citar otro verso, uno que quizá bulla en la memoria de ustedes. No puedo recordar el nombre de su autor. Lo encontré citado en un libro no demasiado memorable de Kipling titulado From Sea lo Sea: «A rose-red city, half as old as time» ««casi tan vieja como el tiempo» nos transmite una especie de precisión mágica: el mismo tipo de mágica precisión que logra la extraña y común frase inglesa «I will love you forever and a day» («Te querré siempre y un día»). «Forever» significa 'un tiempo larguísimo' pero es demasiado abstracto para despertar la imaginación.
Encontramos el mismo tipo de truco (pido perdón por el uso de esta palabra) en el título de ese libro famoso, Las mil y una noches. Pues «las mil noches» significa para la imaginación 'las muchas noches', tal como en el siglo XVII se usaba «cuarenta» para significar 'muchos'. «When forty winters shall besiege thy brow- («Cuando muchos inviernos pongan sitio a tu frente»), escribe Shakespeare; y pienso en la habitual expresión inglesa «forty winks-(literalmente, «cuarenta parpadeos») para la siesta «
Para considerar diferentes metáforas, volveré ahora -inevitablemente, dirán ustedes-a los anglosajones, mis favoritos. Recuerdo aquella kenning verdaderamente común que llamaba al mar «el camino de la ballena». Me pregunto si el sajón desconocido que acuñó por primera vez esa kenning sabía lo hermosa que era. Me pregunto si se daba cuenta (aunque esto apenas tiene por qué importarnos) de que la inmensidad de la ballena sugería y enfatizaba la inmensidad del mar.
Hay otra metáfora, escandinava, sobre la sangre. La kenning usual para la sangre es «el agua de la serpiente». En esta metáfora tenemos la noción -que también encontramos en los sajones-de la espada como ser esencialmente maligno; un ser que bebe la sangre de los hombres como si fuera agua.
Y tenemos las metáforas de la batalla. Algunas de ellas son bastante triviales; por ejemplo, «encuentro de hombres». Quizá, aquí, exista algo sutilísimo: la idea de los hombres que se encuentran para matarse unos a otros (como si no fuera posible otro tipo de «encuentros»). Pero también tenemos «encuentro de espadas», «baile de espadas», «fragor de armaduras», «fragor de escudos». Todas están en la Oda de Brunanburh. Y hay otra preciosa: «born aeneoht», «encuentro de ira». Aquí la metáfora quizá nos impresione porque, cuando pensamos en un encuentro, pensamos en el compañerismo, en la amistad; y entonces surge el contraste, el encuentro «de ira».
Pero yo diría que estas metáforas no son nada comparadas con la hermosísima metáfora escandinava y -lo que parece bastante extraño-irlandesa para la batalla. Llama a la batalla red de hombres». La palabra «red» es verdaderamente maravillosa aquí, pues la idea de una red nos brinda el modelo de una batalla medieval: tenemos las espadas, los escudos, el chocar de las armas. y también tenemos el matiz de pesadilla de una red entretejida por seres vivos. «Red de hombres»: una red de hombres que mueren y se matan unos a otros.
Me viene a la memoria de repente una metáfora de Góngora que es muy parecida a la «red de hombres». Góngora habla de un viajero que llega a una «bárbara aldea»; y entonces la aldea tiende una soga de perros a su alrededor:

y cual suele tejer bárbara aldea
soga de gozques contra forastero.

Así, de un modo muy extraño, encontramos la misma imagen: la idea de una soga o una red hecha de seres vivos. Pero incluso en estos casos que parecen sinónimos existe una diferencia notable. Una soga de perros es algo barroco y grotesco, mientras que «red de hombres» añade algo terrible, algo espantoso, a la metáfora.
Para terminar, consideraré una metáfora, o una comparación (después de todo, no soy profesor y la diferencia apenas me preocupa) del hoy olvidado Byron. Leí el poema cuando era un chico; me figuro que todos lo leímos a muy tierna edad. Pero hace dos o tres días descubrí de repente que se trataba de una metáfora muy compleja. Nunca había pensado que Byron fuera especialmente complejo. Todos ustedes conocen la frase: «She walks in beauty, like the night («Camina en belleza, como la noche»). El verso es tan perfecto que no le damos ninguna importancia. Pensamos: «Bien, nosotros podríamos haberlo escrito, si hubiéramos querido». Pero sólo Byron quiso escribirlo.
Me ocupo ahora de la oculta y secreta complejidad del verso. Supongo que ustedes ya habrán descubierto lo que ahora vaya revelarles. (Pues es lo que siempre pasa con las sorpresas, ¿verdad? Nos pasa cuando leemos una novela policiaca.) «She walks in beauty, like the night»: tenemos, en principio, una hermosa mujer, y en seguida se nos dice que «camina en belleza». Esto nos sugiere, de algún modo, la lengua francesa: algo como «vous êtes en beauté». Pero: «She walks in beauty, like the night». Tenemos, en primera instancia, una hermosa mujer, una hermosa señora, que se asemeja a la noche. Para entender el verso debemos pensar que también la noche es una mujer; si no, el verso no tiene sentido. Así, en estas palabras tan sencillas encontramos una doble metáfora: una mujer es comparada con la noche, pero la noche es comparada con una mujer. No sé, ni me importa, si Byron sabía esto. Creo que si lo hubiera sabido el verso difícilmente sería tan bueno. Puede que antes de morir lo descubriera, o alguien se lo señalara.
Así llegamos a las dos principales y obvias conclusiones de esta conferencia. La primera es, por supuesto, que aunque existan cientos y desde luego miles de metáforas por descubrir, todas podrían remitirse a unos pocos modelos elementales. Pero esto no tiene por qué inquietarnos, pues cada metáfora es diferente: cada vez que usamos el modelo, las variaciones son diferentes. Y la segunda conclusión es que existen metáforas -por ejemplo, «red de hombres» o «camino de la ballena-e-que no podemos remitir a modelos definidos.
Creo, pues, que las perspectivas -incluso después de mi conferencia-son bastante favorables para la metáfora. Porque, si nos parece, podemos ensayar nuevas variaciones de las tendencias esenciales. Las variaciones podrían ser muy bellas y sólo algunos críticos como yo se molestarían en decir: «Bien, ahí volvemos a encontrar ojos y estrellas, y el tiempo y el río una y otra vez, siempre». Las metáforas estimularán la imaginación. Pero también podría sernos concedida -y por qué no esperarlo- la invención de metáforas que no pertenecen, o que no pertenecen todavía, a modelos aceptados.

Borges, Jorge Luis, Arte poética. Editorial Crítica. Barcelona, 2001. Pags. 37-59. Traducción de Justo Navarro.



(Segunda de seis conferencias sobre poesía pronunciadas en inglés en la Universidad de Harvard durante el curso 1967-1968)

Antonio Porchia: Entrevista (1975)



No confio en 
ninguna certidumbre










Confirmado: - ¿Usted fue anarquista?

Antonio Porchia: - Fui muchas cosas. Tantas, que no estoy en ninguna cosa.

C. - ¿Pero qué hubiera querido ser?

A. P - Ahora no sabría elegir.

C. - ¿Y antes?

P. - Antes elegía lo más importante.

C. - ¿Qué le parecía lo más importante?

A. P. - Lo que ahora me parece menos importante. Comenzaba sabiendo mucho y terminaba no sabiendo nada.

C. - ¿Escribe todos los días?

A. P. - Hace mucho que no escribo.

C. - ¿Por qué?

A. P. - No sé qué podría escribir.

C.- ¿ Describa un día de su vida. Por ejemplo, a qué hora se levanta?

A. P. - Me levanto... no sé... nunca tuve ningún orden. A veces me levanto... yo viví el minuto, y el minuto pasa. Pasan cosas. Cuando recuerdo me cuesta saber si son cosas que me pasaron a mí o a otros o si son cosas que pasaron.

C. - Después de levantarse, ¿qué hace?

A. P. - Podría decir que no hago nada, si supiera qué es eso de no hacer nada.

C. - ¿Cree en algo?


A. P. - Actualmente me cuesta creer. No pude comprobar nada. Siempre me encontré con que las cosas eran otras cosas.

C. - ¿Está desilusionado de algo?

A. P. - No es una desilusión, ni una derrota, pero me cuesta admitir y no admitir. Prefiero callarme, particularmente con las personas que me merecen respeto. No confío en ninguna certidumbre. Las certidumbres sólo se alcanzan con los pies.

C. - ¿Ninguna certidumbre?

A. P. - Admito que esto que tomamos es vino, pero si pienso mucho ya me quedé sin pensar. Pienso como no pensando Si pienso el pensamiento me lleva lejos de esto.

C. - ¿Alguna vez le interesó la política?

A. P. - La política nunca fue una pasión para mí. Pero veía sufrir. Unos sufrían y otros no sufrían. Uno es todo, la vida es uno. Cada instante deja de ser uno para ser otro, para no ser lo que fue, lo que es.

C. - ¿Qué es lo que más le importa en la vida?

A. P. - Lo que más me importa... digamos mejor lo que más me ha hecho pensar. Lo que más me ha hecho pensar en la vida es lo poco que es la vida

C. - ¿En qué sentido?

A. P. - En todo sentido, y no porque crea que es poco. La vida no existe, no está porque si estuviera, estaría siempre y como es. La vida parece ser. Ese minuto pasa y una vez que pasó no fue, porque no es. Es una cosa total. Uno está hecho de todo y de todos y es todo pero no es uno. Uno no se encuentra nunca como yo, como uno. Se encuentra como cosas, como personas, como tiempo.

C. - ¿Por qué no se casó nunca?

A. P. - Para no comprometerme, para no comprometer.

C. - ¿Tiene sueños?

A. P. - Pocos; los sueños no tienen valor especial para mí. Duermo para descansar, para poder vivir. Cuando sueño algo, después de un tiempo no sé si fue un sueño o si lo pensé, simplemente.

C. - ¿Está siempre sólo?

A. P. - Recibo amigos, principalmente jóvenes, poetas. No me siento diferente a ellos. me acompaño.

C. - ¿Hay algo en lo que aún cree?



A. P. - Creo en el hombre. Creo en el hombre lo que creo en mí, ni más ni menos. 






Reportaje publicado por la revista “Confirmado” el 14 de Marzo de 1968, casi exactamente 6 meses antes de la muerte de Antonio Porchia. El mismo reportaje fue reproducido por la revista “El Lagrimal Trifulca” en el mes de Diciembre de 1975 en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe en Argentina.

Este reportaje fue enviado por Diana Cegelnicki, profesora de literatura radicada actualmente en Paraguay a quien agradezco su colaboración.


Eso casi nunca es nada.